Los datos sugieren que esta tendencia creciente en su incidencia también afecta a las mujeres embarazadas. La diabetes preexistente afecta a 1% de todos los embarazos y cerca de 7% de las mujeres embarazadas reciben un diagnóstico de diabetes mellitus gestacional (GDM), un trastorno que por tradición se define como intolerancia a la glucosa que se inicia o reconoce por primera vez durante el embarazo. Pueden observarse tasas aún mayores entre ciertos grupos minoritarios, en particular entre grávidas afroestadounidenses e hispanoestadounidenses. Antes de la introducción de la insulina en 1922, las mujeres con diabetes preexistente a menudo no podían concebir. En los casos en que sí se daba el embarazo, a menudo producía la muerte de la madre; este hecho motivó a Joseph de Lee a recomendar en su trascendental libro de texto de 1913 que todos estos embarazos se interrumpieran. Observó que “el intento por prolongar el embarazo a término o incluso hasta la viabilidad de la criatura es demasiado peligroso”.
El advenimiento de la insulina, así como las mejoras en la atención obstétrica general, rápidamente disminuyeron la mortalidad materna. No obstante, el riesgo de mortinatalidad y muerte neonatal siguió siendo mucho más elevado entre las pacientes diabéticas que entre la población general hasta el decenio de 1960-1969. Desde ese entonces, se ha dado un espectacular descenso en la mortalidad perinatal a causa de las mejoras en cuidados neonatales intensivos, en la vigilancia fetal y en el enormemente mejorado control de la diabetes, resultado del automonitoreo de glucosa en sangre y de los regímenes insulínicos intensificados. En la actualidad, si se logra un adecuado control glucémico, el riesgo de mortalidad perinatal se acerca al de la población obstétrica general. No obstante, tanto la diabetes preexistente como la GDM siguen representando un importante riesgo durante el embarazo.
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